Hoy os vamos a contar la historia detrás de la famosa Camelia de Coco Chanel. El gran icono de la marca. La realidad es que, Coco Chanel jamás quiso contar la razón por la cual decidió que el icono de su marca sería una camelia. Pero si partimos de algunos datos reales de su vida, quizá podamos hacer alguna suposición.
Gabrielle Bonheur, conocida como «Coco» Chanel nació en Francia el 19 de agosto de 1883. Fue una conocidísima diseñadora de moda y empresaria francesa. Gabrielle fue la fundadora y homónima de la marca Chanel. En la era posterior a la Primera Guerra Mundial, se le atribuye la popularización del estilo deportivo, informal y chic como nuevo estandar femenino. Este reemplazó la «silueta encorsetada» que dominaba en las épocas anteriores.
La flor de Coco Chanel
Coco Chanel, desde muy joven fue muy aficionada a la literatura, en concreto a la novela. Se sabe que la novela de Alexandre Dumas, La Dame aux Camélias (La dama de las camelias), resonó en la joven diseñadora desde su juventud. En la novela, la flor estaba asociada con la cortesana, que usaba una camelia para anunciar su disponibilidad. Desde ese entonces, la camelia se convirtió en su flor favorita. Coco Chanel utilizó la camelia por primera en 1933, como elemento decorativo en un traje negro con adornos blancos. A partir de entonces, la camelia llegó a identificarse con La Casa de Chanel.
¿Qué significado tienen las camelias?
Las camelias son originarias del este y sureste de Asia, y son muy veneradas en esa región. Entre otros motivos, por la perfecta simetría de la flor, relacionada con la belleza. En países como Corea simbolizan la longevidad y fidelidad. Por lo que son utilizadas en bodas y casamientos. En Occidente, sin embargo, simbolizan el deseo, la pasión y el refinamiento. Estos son algunos de los rasgos que se cree que atrajeron a Chanel a esta icónica flor.
Imagen: Chanel
La Camelia o la flor de Coco Chanel a lo largo de los años.
Desde que Coco Chanel se dio cuenta de que su flor favorita se identificaba tan perfectamente con sus diseños, comenzó a utilizarla. Se fabricaba, y se fabrica, manualmente en la Maison Lemarie. Encajando pétalo a pétalo para formar la camelia perfecta. Y, a día de hoy, no se ha dejado de hacer. La camelia es un motivo que aparece en embalajes, bolsos, prendas de vestir, joyas y zapatos. Es curioso que, en ocasiones, la camelia está oculta. Por ejemplo, en botones grabados en chaquetas y camisas. Nos encanta la forma en que siempre se reinterpreta el toque personal de Coco.
Las camelias se pueden encontrar en una variedad de colores. Pero la pureza de la camelia blanca es la que se asocia más comúnmente con la casa de Chanel.
El legado de Coco Chanel
Aunque Chanel fue vista como una figura prominente de la moda de lujo durante su vida, la influencia de Chanel se ha examinado más a fondo después de su muerte en 1971.
Los adornos, el alboroto y las limitaciones que soportaron las generaciones anteriores de mujeres estaban ahora obsoletas. Bajo su influencia, desaparecieron las «aigrettes”, el pelo largo, las faldas ceñidas… Su estética de diseño redefinió a la mujer de moda en la era posterior a la Primera Guerra Mundial. El aspecto característico de Chanel era de una facilidad juvenil, un físico liberado y una confianza deportiva sin trabas.
Vintage by López-Linares
Y a ti, ¿te gustan las camelias? ¿Conocías la historia detrás de la tan famosa camelia de Coco Chanel? Nos encantará que nos cuentes si conocías la historia y cuál es tu flor favorita.
Aquí te dejamos el video oficial de Chanel sobre la colección Camelia para que lo puedas ver, te va a encantar!
Jeanne Baret nació el 27 de julio de 1740 en el pueblo de La Comelle en la región de Borgoña, Francia. Es curioso mencionar que su partida de bautismo aún se conserva y, por ello, se conoce que sus padres fueron Jean Baret y Jeanne Pochard. Tan solo quince meses después de su nacimiento, murió su madre. Y solo quince años después lo hizo su padre, quedando Jeanne huérfana a una edad bastante temprana.
La vida adulta de Jeanne Baret.
Años después, entre 1760 y 1764 Baret empezó a trabajar como ama de llaves en la casa de PhilibertCommerson, un conocido botánico que acababa de mudarse al sur de La Comelle. Su mujer falleció durante el parto de su primer hijo, quedando viudo y el bebe al cuidado de Baret. Se dice que Baret y Commerson llegaron a tener una relación personal ya que, por estas fechas ella quedó embarazada. En esa época, todos los niños debían registrarse cuando una mujer quedaba embarazada. Este documento también se conserva a día de hoy y en él se puede observar que el nombre del padre del niño no aparece. Los historiadores creen que fue Commerson y sus abogados quienes consiguieron que su nombre no apareciese en el certificado.
Antes de nacer su hijo, Jeanne y Commerson se mudaron juntos a París, donde ella continuó siendo su ama de casa. Cuando nació su hijo, lo dio en adopción en el Hospital Foundlings de París. Al bebe le encontraron una familia de acogida, aunque poco tiempo después falleció.
La expedición a bordo del Étoile
Commerson, como botánico que era, fue invitado a unirse a la expedición alrededor del mundo del explorador francés Louis Antoine Bougainville durante los años de 1766 a 1769. Philibert estuvo a punto de rechazar la oferta ya que tenía una salud muy delicada y necesitaba de los cuidados de Jeanne. Y ella no podía acompañarle ya que, en esa época las mujeres estaban completamente vetadas en los barcos de la armada francesa.
Fue en ese momento cuando se les ocurrió una brillante idea. Para que Jeanne pudiera acompañar a Commerson, se vestirá de hombre, harian como que no se conocian y viajarían juntos en la expedición. Y así fue. Ambos subieron a bordo del Étoile, convirtiendo a Jeanne Baret en la primera mujer en completar un viaje de circunnavegación del mundo.
Durante el viaje, Commerson tuvo bastantes problemas de salud. Su pierna parecía darle muchos problemas y era la propia Jeanne quien le cuidaba. Como su salud no mejoraba, Baret comenzó a hacer el trabajo que Commerson no podía hacer. Por ejemplo llevar todos los suministros y muestras que recogían en sus numerosas paradas alrededor del mundo.
Es muy probable que Baret descubriera numerosas plantas en la expedición. En concreto se cree que descubrió la planta de la buganvilla, llamada así por el comandante de Étoile. Sin embargo, la planta que lleva el nombre de Baret ha perdido su nombre. Commerson identificó la planta durante el tiempo que trabajó con Baret en Madagascar y nombró al género Baretia.
Su nueva vida en las Islas Mauricio
Tiempo después, la verdadera identidad de Jeanne fue descubierta. Obligando tanto a ella como a Commerson a quedarse en las Islas Mauricio. Casualmente gobernadas por un viejo amigo suyo, que hizo que esto fuera posible. Además, se cree que el propio comandante Bougainville forzó que esto ocurriese para quitarse el problema de tener una mujer ilegal en su barco.
Durante su tiempo en Mauricio, Commerson continuó teniendo serios problemas de salud. Y Jeanne siguió ejerciendo como su ama de casa y asistente. En 1773, Commerson murió y Jeanne se quedó viviendo en la isla. Trabajando en una taberna y con su propia casa. Un año más tarde, Jeanne se casó con Jean Dubernat, un suboficial del ejército francés. Tiempo más tarde, Baret y su marido regresaron juntos a Francia, completando así su viaje de circunnavegación.
Vuelta a Francia.
Se instalaron en el pueblo de nacimiento de Dubernat, llamado Saint-Aulaye, donde ambos vivieron muy felices. En 1785, el Ministerio de Marina concedió a Baret una pensión de 200 libras al año. El documento que le otorga esta pensión deja en claro la alta consideración con la que se la tenía en este punto. Jeanne Baret murió en Saint-Aulaye el 5 de agosto de 1807, a la edad de 67 años.
La gran aportación a la historia de la naturaleza de la pareja consistió en la catalogación y estudio de más de 5.000 especies, entre las que se encontraban 3.000 descritas como nuevas.
La labor de Jeanne quedó totalmente olvidada hasta el año 2012. Cuando la publicación de su biografía por parte de la escritora inglesa Glynis Ridley reconocía su labor y aportación a la ciencia.
Las matemáticas y la informática moderna le deben mucho a la británica Ada Lovelace (1815-1852). Considerada la primera mujer programadora de la historia y, para muchos, madre de la programación. Como era de esperar, Augusta Ada Byron, hija del prestigioso poeta inglés Lord Byron, no obtuvo reconocimiento por su trabajo hasta el siglo XX, cuando aparecieron los primeros ordenadores y lenguajes de programación.
¿Quién fue Ada Lovelace?
Hoy en día, Ada Lovelace es considerada una figura clave en el mundo de la tecnología. Por ejemplo, en 1979 un lenguaje de programación fue bautizado con su nombr. Pero es importante recordar que en la época en la que vivió no pasó de ser considerada una asistente de Charles Babbage, el brillante matemático que desarrolló lo que podría denominarse como el primer ordenador.
Se trataba de una máquina que hacía cálculos algebraicos y que eliminaba los errores que las personas encargadas de hacer esos trabajos solían tener. Interesada por el proyecto de Babbage, Ada fue mucho más que una asistente, y se unió a él para ayudarle no solo a investigar, sino a promover la máquina, desarrollando estudios propios desde un punto de vista original y práctico.
Si buscamos una posible explicación del por qué la hija de un eminente poeta se encaminó hacia la tecnología, habría que reparar en la influencia de la figura materna. Fue la baronesa Anna Isabella Noel Byron quien siempre quiso que el interés de su hija se dirigiese hacia la ciencia, y no en dirección al campo de las letras. Tal vez para que no tomara como modelo a su particular progenitor. Este murió siendo Ada una niña cuya buena disposición hacia la lógica y las matemáticas era más que evidente para sus tutores. Pero jamás se desligó de la figura paterna, y se consideraba a sí misma científica poetisa.
Vida adulta de Ada Lovelace
En 1835 se casó con William King. Y poco después se convirtió en condesa de Lovelace, título que utilizó durante el resto de su vida y con el que es conocida en la actualidad. Tuvo tres hijos y una intensa vida amorosa que dio lugar a numerosas especulaciones sobre adulterios. Ada era, al fin y al cabo, hija del apasionado y excéntrico Lord Byron, y de él heredó parte de esa personalidad poco común que tanta fama le granjeó.
Un cáncer de útero acabó con la vida de la británica en 1852. Interrumpiendo así una brillante carrera. Tenía tan solo treinta y seis años. El deseo de Ada, que en los años previos a su muerte se volvió muy religiosa e incluso se desligó de la vida que siempre había llevado –seguramente influida por su madre, quien estuvo ese tiempo atendiéndola–, era ser enterrada junto a su padre, que curiosamente también murió en torno a esa edad, en Nottingham.
En su honor se celebra, a mediados de octubre, un evento que ensalza la aportación de las mujeres en campos como la tecnología, la ciencia, la ingeniería y las matemáticas. Una manera más de reconocer que el género poco puede hacer cuando vocación y talento se unen.
Esta es la vida de una pionera de la fotografía. Una mujer que comenzó revelando sus fotografías en una vieja carbonera y terminó convirtiéndose en la primera mujer en publicar su trabajo en periódicos de reconocido prestigio para la época como “The Daily Sketch” o “The Illustrated London News”.
Christina Livingston nació en Chelsea, Londres en 1862. Con 24 años se casaba con Albert Edward Broom, adoptando así el nombre por el que se la conoce desde entonces: Christina Broom. Del matrimonio nació su única hija, Winifred, que se convertiría con los años en el gran apoyo para Christina.
Los tres vivieron en Fulham donde Edward dirigía el negocio familiar: una ferretería y otras empresas comerciales. Desafortunadamente, en 1903 el negocio familiar entró en absoluto declive. Se cree que el fracaso de los negocios de Edward vino como consecuencia de un accidente que sufrió en 1896 jugando al cricket, en el que se rompió la espinilla, y del que nunca llegó a recuperarse del todo.
Christina Broom, fotógrafa y reportera
Como consecuencia del fracaso de los negocios y, el hecho de que Edward no estuviera en condiciones de trabajar, Christina se vio obligada a buscar una fuente de ingresos para sacar a su familia adelante. Por ello, pidió prestada una cámara de fotos de cajón. Y, de forma autodidacta, aprendió a tomar fotografías. En esta época, únicamente los hombres estaban bien vistos como fotógrafos. Pero eso no frenó a esta humilde y valiente mujer. Broom decidió luchar contra todos los estereotipos de la época y vivir de su trabajo como fotógrafa. Christina vendió sus fotografías en un puestecito en el Royal Mews del Palacio de Buckingham desde 1904 hasta 1930.
Christina revelaba sus fotos en una carbonera, que le daba la oscuridad que necesitaba. Llegó a vender tantas fotos que su hija Winifred tuvo que dejar el colegio para poder ayudar a su madre en el negocio. Albert, tenía una impecable caligrafía y ayudaba escribiendo las leyendas de las postales. ¡Llegaban a vender hasta mil postales al día! ¡Todo un logro para la época! ¿No os parece?
Christina fue nombrada fotógrafa oficial de la “Household Division”, es decir, de las unidades militares más elitistas del país. Además, empezó a fotografiar acontecimientos y escenas sociales importantes del momento. Como por ejemplo las fotografías oficiales del Palacio y los Príncipes de Gales, marchas feministas o las marchas sufragistas previas a la I Guerra Mundial.
Marcha de sufragistas por Christina Broom. Foto: Museum of London
La muerte de su marido Albert, en 1912 fue un duro golpe para Christina. De forma conmemorativa, decidió adoptar el nombre artístico de Señora Albert Broom. Con el estallido de la I Guerra Mundial, en 1914, Christina decidió fotografiar a los soldados en su día a día y antes de marchar a la guerra. Su fabuloso trabajo la llevó a convertirse en la primera reportera de prensa de Inglaterra, publicando sus fotografías en importantes publicaciones como “The Daily Sketch”, “The Illustrated London News”, “The Tatler”, o “The Sphereand Country Life”.
Soldados fotografiados por Christina Broom. Foto: Museum of London
Contingente de soldados de EEUU cuando llegaron a Inglaterra para pelear en la I Guerra Mundial por Christina Broom
Fallecimiento de Christina Broom
Christina Broom murió en 1939 a la edad de 76 años y fue enterrada en el cementerio de Fulham. Broom dedicó 36 años de su vida a la fotografía, llegando a tomar unas 40,000 fotografías a lo largo de todos estos años. A día de hoy, podemos encontrar su legado fotográfico en varios museos. La colección más importante la encontraremos en el Museo de Londres.
Un maravilloso trabajo que llevó a esta sencilla y valiente mujer a convertirse en la primera mujer en publicar fotografías en diarios y otras publicaciones del momento. Además de convertirla en la primera reportera de prensa de Inglaterra.
Todo un logro por el que hoy queremos dedicarle este pequeño homenaje.
Espero que os haya gustado su historia. Merece la pena darse una vuelta por internet y descubrir su sorprendente trabajo.
Anna Pávlova nació en San Petersburgo un 12 de febrero de 1881, en el seno de una humilde familia campesina. Ella siempre declaró que su padre murió cuando tenía dos años de edad. Fue criada por su madre Lubov Pávlova, una simple lavandera que luchó por sacar a su hija adelante.
Anna tenía ocho años cuando su madre la llevó a ver una representación del ballet: “La bella durmiente”. Desde ese mismo instante supo la pequeña Anna que el ballet era su vida. Dos años después, una chica delgadita y con aspecto enfermizo, era aceptada en la Escuela de Teatro de San Petersburgo.
Por espacio de siete años trabajó duro, adquiriendo la salud y la fortaleza necesarias para llegar a ser una de las mejores bailarinas de todos los tiempos.
El teatro Mariinky de San Petersburgo fue su primer escenario. En él pudo dar a conocer su manera especial de bailar. Anna poseía un estilo elegante, frágil y etéreo, totalmente diferente al estereotipo de bailarina fuerte y robusta que en esos tiempos se llevaba. Su cuerpo delgado volaba, sus manos y brazos se movían como plumas en el aire, el verla bailar provocaba en los espectadores una sensación hasta entonces no conocida.
“La muerte del cisne” fue la obra que consagró definitivamente a Anna Pavlova, abriéndola las puertas del mundo entero. Nadie como ella ha llegado nunca superar su representación.
Pávlova, convertida en una bailarina de éxito, formó su propia compañía e inició gira tras gira alrededor del mundo, acompañada siempre del Barón Victor Emilovitch, el amor de su vida, que más tarde convirtió en su marido.
Era 1930 cuando comenzó su última gira por Europa. Se encontraba cansada, su salud no era muy buena y su pierna izquierda requería de un tratamiento, por lo que quiso descansar unos días en Cannes (Francia) para recuperarse.
El tren en el que viajaba sufrió un accidente, y Anna bajó del tren en camisón a través de la nieve para socorrer a los heridos. La consecuencia de su gran corazón fue una grave pulmonía que dejó graves secuelas en su salud y que la fue debilitando, hasta que poco después, estando de gira por los Países Bajos, no pudo hacer frente a una pleuresía que le causó la muerte, un 23 de enero de 1931.
Fue la única vez en su carrera que Anna Pávlova faltó a su cita con el público. Al día siguiente de su muerte, en el escenario donde debía de representar una vez más su “Muerte del cisne”, al final de la representación, el telón subió apareciendo ante los ojos de los espectadores un escenario oscuro solo alumbrado por un reflector.
Nadie había allí en el centro del haz de luz, pero todos, con lágrimas en los ojos, pudieron ver como Anna Pávlova representaba su última “Muerte del cisne”.
Nace en Mayfair (Reino Unido) en 1885. La paternidad de Clementine es incierta, no sabiéndose con seguridad quien fue su auténtico padre. Lo cierto es que está registrada como hija de lady Blanche Hozier y de Sir Henry Montague Hozier. A pesar de la separación de sus padres, recibió una buena educación en Alemania y Francia.
Clementine Hozier, esposa de Churchill
Clementine conoció a Winston Churchill en un baile de sociedad cuando contaba 19 años de edad, pero fue cuatro años después en una cena donde surgiría el flechazo. La pareja compartía mesa y esto les serviría para conocerse un poco mejor. Churchill, que ya era presidente de la Cámara de Comercio de Inglaterra, quedó prendado de la belleza, inteligencia y distinción de Clementine.
A pesar de estar casi comprometido con Violet Asquith, hija del primer ministro, Winston decide escribir a Lady Blanche para pedir la mano de Clementine. La boda se celebró en septiembre de 1908 y tuvo 5 hijos.
Clementine, poseedora de una gran inteligencia política, supo ser el punto de apoyo en la carrera política de su marido. Proporcionó a Winston la seguridad, la protección y el ánimo que este necesitaba en cada momento, sabiendo cómo hacer frente con maestría al carácter depresivo y malhumorado de su marido. Se dice de ella que era la única persona que podía influir en sus decisiones, y que lo corregía sin ninguna clase de miedo exponiéndole sus puntos de vista. También le ayudó a corregir un leve “ceceo” en sus exposiciones orales y le dio el visto bueno a sus discursos en más de una ocasión. Clementine lo era todo para Winston Churchill.
Clementine ocupó numerosos cargos de responsabilidad durante la carrera política de su esposo. Fue, entre otras muchas cosas, la Presidenta del Fondo de Ayuda de la Cruz Roja para Rusia, organizó los comedores para los trabajadores de las municiones en Londres durante la primera Guerra Mundial, fue Presidenta de la Asociación Cristiana de Mujeres Jóvenes. En 1946 fue nombrada Dama de la gran Cruz del Imperio Británico y Doctora Honoris Causa de las universidades de Glasgow y Bristol. Años más tarde, en 1965, fue nombrada Baronesa Spencer-Churchill en el condado de Kent.
En enero de 1965 enviudó. En los últimos años de su vida tuvo que enfrentarse a problemas económicos, teniendo que subastar cinco pinturas de su marido. La venta resolvió los problemas y pudo vivir en paz y tranquilidad hasta que su corazón dejó de latir a la edad de 92 años.
Hortensia de Beauhrnais, esta hermosa mujer nace en París en el año de 1783, hija del primer matrimonio formado por Josefina Beauharnais y Alejandro, vizconde de Beauharnais. El vizconde es guillotinado durante el periodo del terror y Josefina, su madre, contrae nuevas nupcias con Napoleón Bonaparte, convirtiéndose en la emperatriz de Francia. De esta manera Hortensia pasa a formar parte de la familia Bonaparte, hecho que marcará toda su vida.
Hortensia recibió de pequeña una educación exquisita en la afamada escuela de Madame Campan. Allí aprende, arte, música y canto especialidad en la cual Hortensia destaca como una gran compositora musical, así como en el juego del billar llegando a ser una gran competidora.
Por indicación de Napoleón se casa con su hermano menor, Luis Bonaparte, que inmediatamente después es nombrado por su hermano rey de Holanda.
No fueron nunca un matrimonio feliz. Desde el principio hubo muchas infidelidades por parte de los dos y a pesar de tener tres hijos, Napoleón Carlos, Luis Napoleón (futuro rey Luis II de Holanda) y Napoleón Luis (futuro Napoleón III), el matrimonio se separa en 1810.
Hortensia tuvo un cuarto hijo fruto de su relación con el Conde de Flahaut.
Dos años antes de la separación matrimonial Anne L. Girodet pinta este bello retrato de Hortensia, la cual tiene una mirada nostálgica y triste quizás reflejo de los duros momentos por los que estaba pasando. Lleva un vestido tipo imperio muy de la época y destaca su sugerente escote desabrochado, dándole ese puntito frívolo que sin duda caracterizaba a Hortensia. Casi no lleva joyas, solo los pendientes de perlas en forma de lágrima y la bonita tiara de perlas que recoge su pelo.
A pesar de su separación matrimonial con el hermano del emperador Bonaparte, Hortensia le apoyó incondicionalmente.
Hortensia compró el castillo de Arenenberg, en el cantón suizo de Turgovia, y residió allí con sus tres hijos hasta su muerte en 1837 a los 44 años de edad.
Esta web nos hace un recorrido por la zona en la que vivió nuestra protagonista sus últimos años:
De acuerdo con las costumbres de su generación, Lydia Deterding siempre mantuvo la fecha exacta de su nacimiento celosamente guardada, incluso a su familia más inmediata. Se sabe que nació en Tashkent a finales del siglo XIX y que era hija de un académico, Paul Koudoyaroff. Sus orígenes rusos marcaron su vida y debieron influir en su pasión por los objetos hermosos, y especialmente las joyas.
A Lady Deterding nunca se la consideró una gran belleza, pero sí una mujer de magnética personalidad y encanto. Había una atractiva chispa en su mirada que los retratos de Laszlo parecen haber capturado. Era una de esas mujeres con sentido innato del estilo, que adoraba los caros adornos de joyería.
Henri Deterding, su segundo marido y fundador de la compañía petrolera Shell, estaba totalmente cautivado por ella y la obsequiaba generosamente con costosas joyas y ropa, sabiendo el gran placer que la proporcionaba. Ella adoraba la sociedad en la que se introdujo, y su vivacidad y animada conversación la convertían en la anfitriona ideal de los muchos amigos de Henri.
La impresionante colección de joyas de Lady Deterding
En línea con sus contemporáneos, Lydia estaba constantemente actualizando sus joyas y, en esta impresionante colección, pocas piezas mantuvieron su diseño original desde sus tiempos con Detering (se divorciaron, pero ella no se volvió a casar y mantuvo el título).
La colección incluía tres importantes joyas de procedencia rusa. En una foto de estudio tomada a principios de los años 30 por la fotógrafa Dorothy Wilding, ella luce un fantástico colgante de perla y diamante. Esta joya, fabricada en el siglo XIX, procedía del imperio ruso y era muy especial para ella.
En octubre de 1866, el Gran Duque Alexander Alexandrovich, que tras la muerte de su hermano mayor en 1865 se convirtió en heredero del trono ruso y Zar Alejandro III desde 1881, se casó con la novia de su hermano, la Princesa Louise Sophie Frederikke Dagmar, hija de Christian IX de Dinamarca. Como novia imperial rusa fue conocida como María Feodorovna, y en una fotografía tomada hacia 1899 se la ve mostrando este colgante mientras sostiene a su joven hijo, el futuro Zar Nicolas II, en sus brazos. La joya siempre permaneció en la colección privada de la zarina y tras su muerte en 1928 se lo dejó a su hija la Gran Duquesa Xenia.
En 1919 Xenia se las apañó para escaparse de Rusia junto con su madre y su marido. Lydia Deterding le compró esta joya a la Gran Duquesa, quien le envió una carta personal confirmando su procedencia y se convirtió en una de sus posesiones más preciadas. Casi todas las demás joyas de la colección privada de María Feodorovna, fueron vendidas por la Gran Duquesa Xenia y su hermana Olga al Rey Jorge V y la Reina Mary.
Otra pieza histórica de origen ruso vino de la colección del Príncipe Félix Youssoupoff, quien era el marido de la hija de Xenia, aunque sin duda es más conocido como el asesino de Rasputín. Antes de la Revolución los Youssoupoff habían sido una de las familias más ricas y poderosas de Rusia. Cuando el Príncipe Félix huyó de Rusia, se las apañó para llevarse con él algunas de las joyas más importantes de la colección familiar, algunas de las cuales le sirvieron para financiarse la vida en Europa Occidental.
A mediados de los años 20 Lady Deterding adquirió una de las joyas más destacadas de la colección, la «Estrella Polar». Este diamante antiguo en forma de almohadilla de las minas Hindúes de Golconda, con un peso de 41,285 quilates, debe su nombre por la estrella de cinco puntas que llevaba.
De las minas de Golconda han salido algunos de los diamantes más famosos de la historia, tales como el “Koh-i-Noor” y el diamante “Hope”
No se sabe nada de los inicios de la «Estrella Polar», pero a principios del siglo XIX era propiedad de José Bonaparte, el hermano mayor de Napoleón.
Fue después adquirida por la Princesa Tatiana Youssoupoff y, en su momento, heredada por el Príncipe Félix. En 1924 comenzaron las negociaciones con Cartier, que deseaba comprar la famosa piedra. Aunque se ha rumoreado que Lady Deterding no la adquirió hasta 1928, la información de los archivos de Cartier demuestra que ya se había incorporado a un sensacional collar diseñado por ellos en marzo de 1926.El diamante estaba engastado en un colgante, coronado por una gran esmeralda y sujetando con dos lágrimas de esmeraldas en forma de pera
Una foto de Lady Deterding de 1938 muestra este collar, pero con tres esmeraldas pendiendo juntas y la «Estrella Polar» colocada arriba. Este espectacular colgante de esmeralda fue inicialmente la borla del fantástico sautoir de esmeraldas y diamantes creado por Cartier para la Princesa Anastasia de Grecia en 1921, usando las piedras de dos de sus otras joyas. La Princesa fue inicialmente la viuda del magnate del estaño William Bateman Leeds, y se había casado con el Príncipe Cristóbal de Grecia, hermano del Rey Constantino I, en 1920. Nancy Leeds había heredado una vasta fortuna de su marido, y esto le había habilitado para adquirir una fabulosa colección de joyas.
Unos años más tarde Lady Deterding decidió, obviamente, crear un nuevo destino para la «Estrella Polar»; cuando se vendió en 1980 Boucheron lo había montado en un anillo extremadamente impresionante. Sin embargo, ella no descartó o vendió el collar de diamantes que una vez había llevado la «Estrella Polar», usándolo para proporcionar la montura para otra sensacional joya rusa. Comprada después de la Revolución por Lady Deterding, probablemente usando a Cartier como intermediario, ésta era la famosa «Perla Azra».
Esta perla negra en forma de pera era parte de un ornamento de diamantes, que también llevaba una perla negra en forma de botón que pendía de un collar con 110 perlas perfectamente hermanadas. Hasta 1783 la perla Azra estaba entre las Joyas de la Corona Rusa. La Emperatriz Catalina II se la dio a uno de sus validos preferidos, el Príncipe Potemkin, que la legó a su sobrina la Princesa Tatiana Youssoupoff, permaneciendo en la familia desde entonces. Se exhibió en Londres en 1935 junto con la muy admirada perla «Peregrina» y un par de pendientes de perlas, que también habían pertenecido a la familia Youssoupoff.
Cartier desmontó el collar de perlas original y re engastó la perla negra y el colgante de diamantes en un collar de diamantes. Lady Deterding tuvo la mala suerte de perder la perla Azra «en algún lugar de París», siendo por tanto solo el collar con la perla negra de botón y el colgante de diamantes, pero sin esta romántica perla, la que se incluyó en la venta de 1980.
Otras joyas que formaban parte de su colección fueron un brazalete de rubíes y diamantes, típico del periodo Art-Decó, engastado con cuatro hileras de rubíes en forma de almohadilla y con hebillas de diamantes. Era una creación de Cartier.
También diseñada y fabricada por su joyero favorito, Cartier, estaba un juego de rubíes y diamantes compuesto por un collar con cinco motivos desmontables, que también se podían llevar como broche. La pulsera y los pendientes a juego eran de diseño similar y se crearon todas en 1938.
Lydia visitaría a Cartier a menudo, tanto para intercambiar piezas como para rediseñarlas.
Es evidente que la mayoría de sus adquisiciones vinieron de Cartier. Allí compró un elegante broche en forma de canario amarillo y blanco de diamante rosa, un juego de turquesas y diamantes, un zafiro de 47 quilates que se montó en el centro de un llamativo broche de diamantes en forma de capullo, y otras joyas de diamantes y coloridas piedras igualmente atractivas.
A finales de los 20 añadió una de las joyas más sensacionales de la colección: un par de broches «Tutti Frutti» de rubíes, diamantes y esmeraldas talladas. Cada broche llevaba una gran hoja de esmeralda tallada, con bordes en baguette y cuentas de rubíes y diamantes en corte de brillante.
También adquirió varias de sus estilosas cajas de cigarros de oro y diamantes para completar su equipamiento, así como espléndidos bolsos decorados con gemas y coloridos esmaltes.
Estas son solo algunas de las imágenes que he podido encontrar en la red de esta soberbia colección de joyas, que terminó desperdigada por el mundo después de una subasta a mediados de los años 80.
Françoise Marie fue una de las hijas bastardas que el rey de Francia Luis XIV tuvo con Madame de Montespan, legitimada en el año 1681.
Una mujer que llegó a ser duquesa de Orleans y primera dama del reino, pero que tuvo una vida llena de luchas y sinsabores.
En este retrato, realizado por el pintor francés Françoise de Troy (1677-1749), vemos bastante bien reflejada su personalidad. Reconocemos una gran dama por su porte y su indumentaria.
Un exuberante vestido de terciopelo de seda azul, bordado con hilo de oro y adornado con dos hermosos broches muy al uso de esa época, con un cinturón de perlas y piedras semipreciosas.
Por debajo del precioso traje sobresale una camisola rematada de delicados encajes, mostrando detrás el impresionante manto de tafetán granate que enmarca a la gran dama, casi como si de una enorme orla se tratara.
Llama la atención cómo el pintor ha sabido reflejar el temperamento de esta mujer, y su mirada llena de la añoranza de esa vida feliz que nunca pudo alcanzar.
De pequeña, al igual que sus hermanos, fue desatendida por su madre, lo que provocó en ella un carácter retraído y tímido. Se casó con su primo Felipe de Orleans, quien a la muerte del rey Luis XIV se convirtió en regente de Francia durante la minoría de edad de Luis XV. Casi desde el principio de su matrimonio Felipe mantuvo relaciones con varias amantes, esto hizo que Françoise Marie se refugiara en su palacio de Bagnolet y que llevara una vida perezosa, rodeada de sus damas de compañía y apartada de la corte.
Mantuvo muy mala relación con su hermana menor, la duquesa de Borbón a causa del casamiento de las hijas de ambas, con los delfines del Luis XV, las dos rivalizaban y ansiaban estos casamientos para sus respectivas hijas. Pero La duquesa de Orleans supo manejar bien la contienda y logró casar a dos de sus hijas mejor que su hermana. Luisa Isabel casaría con Luis I de España y Luisa Adelaida casaría con el Principe Francisco III de Módena.
Durante sus últimos años mantuvo unas relaciones muy conflictivas con su hija mayor, María Luisa de Orleans, a la que reprochaba continuamente la vida licenciosa y amoral que llevaba después de la muerte de su marido.
Yo he elegido para ella el Broche Francisca de nuestra colección Renacimiento
Hoy os traigo hasta nuestra sección de joyas históricas unos originales pendientes, inspirados esta vez en una de las obras que se encuentran expuestas en el Museo Pitti de Florencia. El retrato que llamó mi atención es una obra firmada por Alessandro Allori en 1570 y pintado durante los años en que Allori gozaba de más popularidad, siendo el pintor oficial de la familia más poderosa de Florencia, en este caso del Gran Duque Francisco I de Medici, 2º Gran Duque de Toscana.
Juana de Austria
El retrato es de Juana de Austria, esposa de Francisco I de Médici y Archiduquesa de Austria. Es posible que en su rostro apreciemos, en cierta medida, la desesperada situación que vivía la joven
La corte florentina no acogió demasiado bien a Juana a causa de su linaje austriaco, y ella tampoco se sintió encajada en la Corte. El desprecio hacia ella era patente, y el vacío que le hacía la corte italiana la hace añorar constantemente su patria. El Gran Duque Francisco tampoco entiende el carácter reservado y serio de su mujer, y se comporta con total frialdad hacia ella.
Para más inri, la joven no era capaz de dar a luz el deseado varón que tanto anhelaba su esposo. En aquellos años se pensaba que la mujer era la única responsable del sexo de los niños, y todas las damas casadas con influyentes nobles sufrían una gran presión por esta causa. Juana tuvo seis partos casi seguidos y todas fueron niñas, de las cuales solo dos sobrevivieron a la niñez.
Por otro lado, como era frecuente en la época, su esposo no cesaba en sus ansias de mantener relación con otras mujeres. Francisco llevaba una vida promiscua.
Hasta el punto que en 1576 la situación de Juana se vuelve bastante incierta. Francisco tenía una amante llamada Bianca Capelo, a la cual exhibía públicamente con todo descaro, cubría de joyas y lujosos vestidos, e incluso compró una casa cerca del Palacio Vecchio para que viviera próximo a él. Con ella tuvo un hijo varón ilegítimo, siendo este otro motivo más para que la corte florentina no dejara de conspirar y menospreciar a la pobre Juana.
En 1577 las plegarias de Juana fueron oídas, dando a luz al ansiado varón al que pusieron de nombre Felipe Cosme. El nacimiento del heredero fue recibido por toda la corte con gran alegría y, sobre todo, Juana al fin se sintió feliz. Pero su felicidad duró muy poco porque el heredero muere a los cuatro años de una hidrocefalia.
El final de Juana es tan triste como su propia vida. Quedando embarazada de nuevo al poco tiempo de fallecer su hijo, reza para que sea otro varón, pero en el octavo embarazo ya no se encuentra demasiado bien, y bajando las escaleras del Palacio Ducal tropieza y cae de mala manera, provocándose el parto y naciendo prematuramente el hijo que llevaba en su seno. El niño muere y Juana, no pudiéndolo superar, muere al día siguiente.
Aparte de su mirada triste y perdida, en el cuadro descubrimos una bella joven de delicados rasgos físicos cien por cien centroeuropeos.
Su vestimenta también nos dice mucho de ella: es muy sobria de colores, pero elegantes, y de ricos tejidos muy a la moda de la época de Carlos I, y bastante alejada de los cánones de la moda italiana del Renacimiento.
En el cuadro destacan las joyas que acompañan a Juana. En primer lugar el colgante de oro con dos piedras preciosas, una de ellas un rubí y la otra, que me es difícil de reconocer y que hace juego con los bonitos pendientes de forma de jarrón muy propios del Renacimiento italiano, que es la joya que hoy os traigo hasta el blog.
Juana luce también unas preciosas perlas grises, tanto en la diadema de la cabeza como en el largo collar de seis vueltas.
Hay muy pocos retratos de Juana de Austria, lo que nos afirma el carácter introvertido de esta mujer. La corta vida de Juana de Austria está llena de infelicidad. Fue una mujer que solo vivió para dar un heredero al Gran Ducado y que nunca logró adaptarse a la corte Florentina.
Espero que os gusten los pendientes que os traigo este mes. En este caso la reproducción la hemos hecho con turquesas, una piedra que realza las teces claras y da luz a las oscuras, y que nos ha parecido muy apropiada para esta joya.
Os dejo el link a la ficha de los pendientes en la Tienda online por si queréis verlos con más detalle.
Desde muy jovencita, Charlotte plantea a sus padres que quiere ser actriz, algo a lo que ellos se oponen por completo. De una joven de clase alta, era hija de un acaudalado empresario alemán, lo que se esperaba era que se casara con un hombre con clase y poder y llevara una vida recatada y convencional. Lo normal en la alta burguesía alemana de la época.
Su primera aparición en público fue en el magnífico teatro de Múnich, resultando todo un éxito. A partir de ese momento, la fama de Charlotte se extiende por todas las ciudades de Europa. Era una mujer que poseía un encanto natural que atraía a todo el que la conocía. En 1848 se casa y se retira por un tiempo de los escenarios. Desafortunadamente tres años más tarde se divorcia, volviendo de nuevo a su profesión.
Tuvo una intensa aventura amorosa con Franz Liszt, el cual la llamaba amistosamente “Laconcubina de dos reyes”, ya que también tuvo un romance con el rey bávaro Luis I.
El retrato que hoy os traigo fue pintado por J. Stieler en 1827, y nos muestra a Charlotte cuando tenía apenas 18 años. Lleva un precioso vestido de seda blanco con amplio escote y un precioso remate de armiño. Este detalle le proporciona al traje un toque majestuoso. La bella joven acompaña el arreglo con un fantástico aderezo de perlas y oro, que completan este grandioso look.
Está claro que la joven quería mostrar no solo su belleza al mundo, también quería que se viera que era una mujer rica y exitosa.
La actriz, todo un carácter en la época, murió en Múnich a la edad de 82 años.
Esta enigmática mujer pintada por Massot en 1823, fue toda una belleza de su época y llegó a convertirse en toda una celebridad en ambos lados del Atlántico. Su precioso y ligero vestido amarillo de corte imperio, nos remonta al más puro estilo Imperio. Choca la sencillez del vestido y las pocas joyas que luce, solo unos pequeños pendientes en forma de lágrima, una pulsera de perlas y una tiara dorada con piedras granates acompañan la belleza de Elizabeth. Una pieza muy de moda entre las damas de la alta sociedad de la época.
Y no podría ser menos, ya que se trata de Elizabeth Patterson, cuñada de Napoleón Bonaparte y madre de su sobrino. Elizabeth, nacida en Baltimore en 1727, era la hija de un rico comerciante, William Patterson. Fue la primera esposa de Jérôme Bonaparte, hermano pequeño del Emperador.
Elizabeth y Jérôme se conocieron en un baile de la alta sociedad de Baltimore. Ella contaba 17 años y él 19. Se enamoraron y quisieron casarse enseguida. Elizabeth para emanciparse de la tutela de su padre y presumir del apellido honorífico de Bonaparte, y Jérôme para poseer a la muchacha más bella y deseada de Baltimore. Pero se encontraron con la oposición tanto del padre de Elizabeth como del propio Napoleón, el cual tenía otros planes de matrimonio para su hermano pequeño. Tras una larga lucha se casaron sin la aprobación de Napoleón.
El vestido de novia de Elizabeth fue famoso y muy polémico por lo “atrevido”. Era de fina muselina bordada, de corte imperio, tras la cual se apreciaba el cuerpo de la novia. Se instalaron a vivir en Baltimore, siendo el centro de atención de toda la ciudad. Ella no dejaba de impactar con sus vestidos y vida social.
En 1804 Elizabeth se queda embarazada, y con motivo de la coronación de Napoleón deciden embarcarse rumbo a Francia, para que Napoleón reconociera a Elizabeth como esposa de Jérôme. Pero Napoleón no deja pisar a la “Señorita Patterson” -como la llamaba- territorio europeo, y el matrimonio ha de separarse. Él va a Italia, a internar convencer a Napoleón, y ella a Inglaterra, donde dará a luz a su hijo. Ya no se verán jamás.
Elizabeth marcha a Baltimore con su hijo, y en 1815 Napoleón consigue el divorcio de la pareja y casa a Jérôme con la hija de Federico I.
Elizabeth nunca se casó de nuevo. Volvió a Inglaterra donde vivió 25 años ejerciendo del título de “madame Bonaparte” y deslumbrando con su belleza. Siempre fue una mujer obsesionada por conservar su juventud. Murió a la edad de 94 años en Baltimore, su tierra natal.
Aunque lo que verdaderamente destaca en este retrato es la cara y la belleza de esta dama, a mí, como siempre, los ojos se me fueron a la preciosa tiara que luce para esta ocasión.
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