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Diccionario Vintage: Con la «L» Lazo

Entendemos por lazo una banda de tela alargada, que nos permite atar o fijar alguna prenda de una forma creativa y decorativa. Lazada es un nudo de cordones que sujeta unos zapatos, una cinta que decora las coletas de las niñas, y no tan niñas, o la serie de lazos que componen una escarapela.

Los lazos decoran vestidos, cabezas, zapatos, bolsos y hasta paquetes de regalos. Son la guinda que da cierto aire romántico a cualquier cosa.

Y, por supuesto, no podían faltar en nuestro Diccionario Vintage los broches en forma de lazada o lazo.

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Fueron piezas que se pusieron muy de moda en los 20s, y que se han utilizado en joyería a lo largo de toda la historia para realizar broches, pendientes y colgantes.

Los broches en forma de lazo son piezas que dan un toque muy especial y romántico a cualquier look, tanto de vestir como más informal.

Suelen estar realizados en oro o plata y llevar piedras, tanto piedras de color, preciosas o semipreciosas, como perlas de diversos tipos. Es un tipo de decoración igualmente frecuente en tiaras, pendientes y sortijas. Las lazadas o pequeños lazos siempre dan a la pieza en cuestión un aire romántico y retro a la joya.

Imágenes: @María Vintage Photography

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Diccionario Vintage: Con la «H» Hebilla

Todo cinturón necesita o precisa de un elemento para ser cerrado y ajustado a la cintura. En la antigüedad era muy frecuente que estas piezas se realizaran en plata y se decoraran con piedras semipreciosas o perlas.

Las hebillas están formadas por una parte móvil en forma de pincho, que entra en los distintos orificios de la parte de tela o cuero del cinturón, de forma que con ella conseguimos agrandar o achicar a necesidad el cinto.

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Es una pieza de joyería que puede embellecer y enriquecer mucho tanto abrigos, como vestidos de noche y ceremonia.

Aunque en la actualidad es más frecuente encontrarlos de materiales más baratos, existe la posibilidad de reutilizar antiguas hebillas de cinturones para su uso. De esta forma siempre vamos a enriquecer la prenda con una pieza exclusiva y probablemente única.

Imágenes: @María Vintage Photography

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Diccionario Vintage: Con la «G»: Guardapelo

El nombre de guardapelo deriva de su uso habitual: pequeño colgante en forma de cajita plana en la que se guarda un discreto mechón de pelo, una pequeña fotografía o una miniatura pintada a mano.

Vivieron su época dorada durante los años de la época victoriana, momento en el que era muy frecuente que las mujeres lo recibieran por parte de su amado, como recuerdo para portarlo siempre junto a ellas. Normalmente se llevaban colgados de una cadena o prendidos con un pequeño alfiler cerca del corazón. Aunque también los había más pequeñitos, para ser colgados a modo de pequeña decoración en las pulseras.

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Algunos tenían la tapa  de cristal para dejar ver la fotografía de su interior y, aunque normalmente su tamaño solo permitía acoger una foto, hay algunos casos en los que por encargo se hacían con pequeñas piezas, que se abrían hasta dejar ver tres, cuatro y hasta cinco fotografías.

Durante la época victoriana, la decoración de estas piezas podría ser increíblemente rica. Era frecuente encontrarlos con preciosas representaciones de flores, pájaros o llamativos motivos. Siempre preciosamente decorados con  esmaltes, piedras preciosas y perlas.

Podríamos decir que los guardapelos reciben su inspiración de los antiguos relicarios.

Imagenes: @Maria Vintage Photography

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Jane Goodall, una vida dedicada a la defensa de los primates

Jane Goodall

Hacer de una pasión el pilar fundamental de tu vida. Algo que pocos han logrado de manera tan brillante como la británica Jane Goodall (Londres, 1934), una de las científicas vivas más respetadas y figura emblemática por su trabajo en defensa de los chimpancés. Doctora en Etología por la Universidad de Cambridge y doctora honoris causa por más de cuarenta universidades del mundo, ha sido distinguida con más de un centenar de premios internacionales, entre ellos el Príncipe de Asturias de Investigación en el año 2003.

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Su rostro dulce y aniñado a pesar de su edad, enmarcado por el pelo cano recogido en una casi eterna coleta, es casi tan característico como el peluche con el que siempre es fotografiada y que lleva en todas sus conferencias. Y es que su figura está estrechamente ligada a la de estos primates, por los cuales sintió verdadera devoción desde su infancia, desarrollada en Inglaterra. Con poco más de veinte años viajaba a Kenia para estudiar con un prestigioso antropólogo, dando comienzo a una brillante carrera profesional y personal que incluye más de una veintena de libros, exhaustivos artículos, documentales y una pionera investigación de campo sobre la vida de los chimpancés salvajes en Tanzania que abarca casi cincuenta años.

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Gracias a su capacidad de observación y a su empatía con estos animales, hoy en día se sabe mucho más sobre sus fascinantes rutinas de comportamiento y sobre todo lo que compartimos con ellos. Sus estudios desarrollados en África son tan relevantes que supusieron una auténtica revolución en el campo de la biología. Además de defender a estos animales, la naturalista británica siempre ha promovido que llevemos una existencia más sostenible y que se respete a todas las especies, luchando por lograr un cambio en la conciencia de las personas.

Convertida en un referente para los primatólogos, Goodall fundó a finales de los setenta el instituto que lleva su nombre, una organización global sin ánimo de lucro a través de la cual se investiga, se difunde y se protege el universo de los chimpancés, pero también de otros seres vivos. Profundamente crítica siempre que se le pregunta al respecto de su confianza en la humanidad, con la que se muestra bastante desencantada –aunque afirma confiar en el poder de las nuevas generaciones–, Goodall sigue a sus ochenta años muy involucrada en su defensa de las causas naturales.

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Un claro ejemplo de ello es el documental sobre su vida y obra, El viaje de Jane, en el que se comprueba que la energía y la pasión son dos rasgos que no parecen abandonar a esta británica, todo un ejemplo de entrega absoluta a un sueño. De su experiencia de casi sesenta años en defensa de la naturaleza nos queda, como un preciado legado, su acertada reflexión: “Si somos la criatura más inteligente que ha pisado el planeta, ¿cómo es posible que estemos destruyéndolo?”

Fotografías: María Vintage Photography

Texto de @Esther Ginés 

Os dejo un vídeo súper emotivo en el que se ve a Jane Goodall en plena acción.

www.youtube.com

 

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Mary Wilson

Otra de esas sorpresas que me alegran la semana y el mes de trabajo. La verdad es que tengo una suerte increíble de tener el trabajo que tengo y encima poder compartirlo con gente tan increíble que ama el arte tanto a más que yo. Amigos que movidos por esa pasión por el arte y las cosas antiguas hacen el esfuerzo de acercarse hasta nuestro espacio solo para conocernos y pasar un ratito con nosotras.

Estoy eternamente agradecida a todos los que hacen este esfuerzo por acercarse hasta nosotras y conocer nuestro espacio.

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Hace unas semanas la sorpresa fue mayúscula cuando llamaron al timbre y vi la cara de Mary Wilson por primera vez. Mary es una de esas fotógrafas que sigo desde hace  años y a la que admiro profundamente. Su trabajo se centra fundamentalmente en fotografiar a su hija. Son fotografías espontáneas y mágicas en las que su hija, juega, baila y ríe. Imágenes cargadas de felicidad que son un verdaderos placer para la vista. Recuerdos de cada momento vivido con ella que quedarán para siempre congelados en una preciosa imagen.

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Sus retratos tiene esa magia que te lleva hasta el alma de la persona retratada, nos acercan a sus sentimientos, y su yo más profundo.

No puedo más que invitaros a pasear por su galería porque es una verdadera delicia. En ella vais a poder ver a su preciosa musa y muchos autorretratos en los que queda reflejado no solo su calidad como fotógrafo sino la enorme imaginación que tiene a la hora de montar escenarios fotográficos.

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Mil gracias por la visita Mary, espero que en otro viaje que hagas a Madrid vengas de nuevo a vernos y podamos charlar más despacio sobre tus proyectos futuros.

Todas las imágenes que acompañan este post pertenecen a su galería la cual podéis ver completa en el siguiente link: Galeria de Mary Wilson

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Diccionario Vintage: Con la «C» Colgante

Colgante o Pinjante: adorno de joyería que cuelga.

En joyería se conoce en la actualidad con este nombre a toda pieza que cuelga de una cadena sobre el cuello.

Distinguiríamos dos tipos de colgantes:

  • Colgantes sueltos: son aquellos que pueden ser sacados de la cadena sobre la que penden y ser colocados en otra cadena más larga, gruesa o incluso colocarse colgando sobre una cinta de terciopelo o de seda natural. Este tipo de colgantes sobre tela tuvieron mucho éxito durante el S.XIX y principios del XX, y solían usarse muy pegaditos al cuello.
  • Colgantes integrados en un collar: aquellos que no pueden ser separados del collar, ya que forman parte del mismo y decoran el centro.

Los colgantes pueden tener infinidad de formas, tantas como el maestro orfebre sea capaz de imaginar, y están compuestos por metales preciosos, piedras o cualquier adorno que sea susceptible de ser lucido en el atractivo escote de cualquier mujer.

Las formas más comunes son las de corazón, formas geométricas o de ramilletes, pero también es frecuente encontrar colgantes con formas de pequeños animales, letras o, simplemente, una llamativa piedra engarzada para ser lucida en solitario.

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Imágenes: María Vintage Photography

 

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Diccionario Vintage: Con la «B» Broche

¿Broche o prendedor?

Su antepasado es la fíbula, pieza que data de la edad de bronce.

Su uso, como tal, comenzó en la antigüedad como pieza de joyería, para sujetar o cerrar las pesadas capas o las prendas de vestir. Con el paso de los años su uso se fue extendiendo pasando a ser meramente estético, convirtiéndose en un adorno de joyería eminentemente femenino, que  gusta de ser lucido tanto en la solapa de las chaquetas como en vestidos o pañuelos.

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Formado por dos piezas soldadas entre sí, una hace las funciones decorativas y la otra es una especie de imperdible que sirve para fijarlo a la prenda.  Es muy frecuente que ese cierre de imperdible lleve un pequeño sistema de seguridad, para que el broche no se abra en ningún momento y así no pueda perderse.

Es frecuente, y en nuestras colección disponemos de varios modelos, que los broches lleven otra pieza oculta, una especie de anilla que al abrirse sirve para introducir una cadenita dentro, y así el broche puede colgarse en el cuello a modo de collar.

Hay muchas mujeres que los coleccionan, siendo frecuente encontrar coleccionistas de broches en forma de lazos, mariquitas, libélulas y un largo etc.

Pieza de gran belleza que siempre complementa un buen traje y crea un look elegante y atemporal.

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Como forma de ilustrar en la medida que un broche bien escogido puede resultar el complemento ideal y definitivo en una indumentaria elegante, recurro a la conocida frase de «cerrar con broche de oro», lo que vendría a significar ese toque final que permite la culminación perfecta de algo.

Imágenes @ María Vintage Photography

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Diccionario Vintage: Con la «A» Aljofar

El nombre de aljófar proviene del árabe, significando pequeña perla o conjunto de ellas, de forma irregular. Los poetas suelen utilizar este término para designar las pequeñas gotas de rocío que cubren la hierba a primeras horas de la mañana. Generalmente son de escaso valor, pudiendo distinguir dos tipos diferentes: las llamadas “amapola”, que  son más esféricos, y las llamadas “semilla”, de forma más ovalada e irregular

Se da el nombre de aljófar también a las piezas de joyería que se realizan con este tipo de perlas que se utilizaban tanto para coser en pendientes o colgantes, como para decorar las más ricas sedas en el Renacimiento.

En la actualidad no es muy frecuente encontrar piezas de joyería realizadas con este tipo de pequeñas cuentas de perlas, ya que es complicado trabajar con ellas debido a su minúsculo tamaño.

Cuando están bien cosidas,  tanto sobre oro como sobre plata, resultan muy atractivas y elegantes.

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Fotografías: @María Vintage Photography

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Tecla a tecla

En un capítulo de la serie House of Cards, el taimado Kevin Spacey debe escribir una carta de trascendental importancia y decide hacerlo en una Underwood que su padre le regaló. Vemos sus dedos golpeando cada tecla y cómo cada palabra va quedando impresa sobre el papel de modo casi solemne. No hay pantallas ni cables de por medio, sólo la tinta indeleble. Esta escena no hubiera sido lo mismo con un ordenador o un iPad. No se trata de renegar ahora de los avances tecnológicos pero sí de reivindicar ese algo mágico que hay en las palabras escritas que ya no pueden borrarse, en el olor de la tinta, en el sonido rítmico de las teclas marcando el papel.

La primera máquina de escribir que recuerdo era una Rheinmetall que había en casa de mis abuelos. Era portátil o al menos esa vocación tenía porque sus dimensiones y peso no la hacían fácilmente transportable. Mi abuelo, ebanista, le había hecho una funda de madera a medida en la que encajaba como un guante y, gracias a la cual, había atravesado el Atlántico desde Venezuela hasta llegar a España sana y salva.

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No portátil pero sí viajera, porque su origen era germano. La compañía que las fabricaba fue fundada en Dusseldorf a finales del siglo XIX, y en 1931 sacó su primera máquina de escribir, aunque su línea de negocio más floreciente era otra muy distinta. Pero aquella máquina no era mía, era de mi padre, que debió sospechar que lo de escribir no iba a ser una afición pasajera porque unos años más tarde me regaló una Canon Typestar 110.

Sé que la trajo de alguno de sus viajes y fue una auténtica revolución porque era electrónica y contaba con una pequeña pantallita que te mostraba la línea entera que habías escrito antes de volcarla al papel, lo cual minimizaba bastante los errores. Además, mis dotes de mecanografía habían mejorado a base de consumir paquetes y paquetes de folios El Galgo. Si bien era más práctica y ecofriendly, a la Canon le faltaba ese sonido rítmico y evocador que yo necesitaba cada vez que quería escribir algo mío. Para los trabajos del colegio era perfecta, pero las musas necesitan su propia banda sonora para ser conjuradas.

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Hoy guardo esas dos máquinas y no hace mucho se sumó a ellas una tercera, emblemática: Una preciosa Underwood (como la de Kevin Spacey aunque menos reluciente) que un amigo rescató del sótano de sus padres y que decidió regalarme. Creo que en aquel momento no fue consciente de lo que ofrecía a una mitómana literaria como yo. Era la que habían usado Kerouac, Scott Fitzgerald, Hemingway, Faulkner, Raymond Chandler, Arthur Conan Doyle… La de Orson Wells en Ciudadano Kane… Un auténtico tesoro que guardo en mi biblioteca rodeada de miles de libros porque creo que ese es su sitio y porque cuando siento que he perdido la batalla frente a la página en blanco (o más bien pantalla en blanco) acaricio con los dedos sus teclas tratando de invocar tan solo un ápice de las voces que tras ellas resuenan.

Porque las máquinas de escribir tienen algo mágico de lo que carecen los ordenadores. Si no, que se lo digan a Paul Auster que le dedicó un libro a su vieja Olympia. El autor de La trilogía de Nueva York o Diario de Invierno habla de ella como un devoto amante, de su compañía y sus encantadoras abolladuras y cicatrices, y cuenta que cuando sospechó que las cintas dejarían de fabricarse, encargó todas las disponibles a su papelería de Brooklyn y ahora las dosifica morosamente.

Es verdad que los modernos dispositivos tecnológicos nos han facilitado mucho la vida y también nos han dado bastantes sustos, o que levante la mano el que no ha estado al borde del infarto al cerrar sin guardar. Pero la escritura es un oficio artesano que requiere dosis de romanticismo y bastante de magia. El escritor es fetichista por definición y no hay mayor fetiche que una vieja y pesada máquina de escribir con su historia propia a cuestas, con las que pasaron por ella y con las que guarda silenciosa hasta que alguien decida trenzarlas.

Artículo escrito por María Cereijo, periodista y escritora. Podéis seguirla en @capitulosiete o en su alterego compartido de autora juvenil @LabAmy 

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Mary Dayton Richards; Una novia de finales del siglo XIX

Mary Dayton Richards (1842-1921)  y  Milton Brayton Graff (1840-1877) se casaron en  1869,  en Manhattan. En esa época el estilo de los trajes de novia aun eran largos y de faldas muy elípticas pero comenzaban a disminuir algo de tamaño.

La novia que era muy menudita, se decidió por un precioso traje blanco nieve de línea angelical en tejido de tarlatán.  Ahora no es frecuente que las novias luzcan vestido de un color tan blanco puro, es más frecuente utilizar tonos de blanco roto e incluso tonos cremas muy apagados, lo que llaman un blanco sucio.

El tarlatán es un género originario de la India muy parecido a la muselina pero con una trama algo más floja y con una consistencia algo más rígida.

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Glendale Ohio en 1860

 

El vestido de Mary es un modelo muy típico del S XIX bastante modesto y con una línea recatada  como exigían los cánones de la época. Un corpiño o blusita con cuello redondo y botonadura central, que lleva un pequeño babero realizado con volantitos de la misma tela que el reto del traje. Por supuesto al ser la tela del traje tan transparente, va todo forrado con un algodón que le da cuerpo y presencia.

Las mangas son semitransparentes,  ya que aunque son largas no llevan forro más que hasta la altura del codo, con lo que el antebrazo de Mary quedaría un poco visible cuando se encontrara  a contraluz.

La soberbia falda estaba compuesta una enagua sobre la que lucían dos sobre faldas una más corta que otra con un remate ondulado realizado con la misma tela del traje que realizaba un dibujo geométrico algo moderno para la época.

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Mary y Milton se casaron en Manhattan,  lugar de nacimiento de la novia, pero la pareja volvió a los pocos días de la ceremonia a la ciudad natal del novio: Cincinnati, donde trabajaba como psicólogo.

Inicialmente residieron con los padres de Milton, Jacob y May Ann Graff, que vivían al oeste del centro de la ciudad. Entre 1850 y 1890, los ricos comerciantes levantaron en esa zona impresionantes casas de estilo italiano y crearon avenidas por lo que empezaría a llamarse ‘Paseo de los millonarios’.

Desgraciadamente, el matrimonio de la pareja se rompió al poco tiempo por la muerte de Milton en 1875. Y en 1880, Mary construiría su propia casa en Glendale, Ohio, una comunidad 15 millas al norte de Cincinnati en tren de cercanías.

Glendale era un lugar de residencia de verano para los ricos de Cincinnati que huían del ruido y la contaminación de la ciudad. Su entorno tranquilo, de hectáreas arboladas y avenidas curvilíneas con filas de árboles, debió llamar la atención de esta joven viuda con dos pequeños niños que criar. Graff construyó una impresionante casa en la Avenida Congress y vivió en Glendale hasta que murió en 1921.

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129, Dayton Street en la actualidad.

Bibliografía:

Wedded Perfection. Cynthia Amnéus.

Springgrove.org

Imágenes:

Wedded Perfection. Cynthia Amnéus.

Google Maps

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Diccionario Vintage: Con la “S” de “Sortija

La sortija o anillo es un aro más o menos grueso que se utiliza  como complemento para adornar los dedos de las manos, su nombre deriva del latín anĕllus.

Se ha usado con muy diferentes propósitos a lo largo de la historia. Tenemos constancia de su uso desde la época de los egipcios, persas, griegos y romanos. Realizados en la antigüedad tanto en plata como en oro, bronce o hierro, en la actualidad lo más frecuente es que se realicen en oro o en plata. Aunque también podemos encontrar alguna pieza muy especial realizada en marfil, cristal o piedras preciosas.

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Podríamos distinguir diversos tipos de anillos entre los más frecuentes:

Alianza: sortija o anillo nupcial. Su nombre deriva de aliar o unir, anillo que sella una unión.

Compromiso: sortija o anillo que suele recibir como regalo la mujer el día que es pedida en matrimonio. Suele llevarse en el dedo anular de la mano izquierda.

Lanzadera: sortija o anillo con una forma cuadrada o rectangular que suele ser más estrecho que largo.

Sello: sortija o anillo con una piedra dura o de metal grabado con el sello de una familia.

Solitario: sortija o anillo en el que solamente hay una piedra, generalmente un brillante.

Tresillo: sortija o anillo con tres piedras, normalmente del mismo color y casi del mismo tamaño. Los más frecuentes están realizados con tres diamantes.

Tú y yo: sortija o anillo montado con dos piedras iguales o muy diferentes montadas de forma asimétrica.

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Imágenes: María Vintage Photography

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Una fábrica de lanas muy Vintage

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En el núcleo de El Pont d’Arsèguel (Alt Urgell, Lleida) podéis visitar la Fábrica de lanas, que se fundó en el 1902 por los bisabuelos de los actuales propietarios y tiene las características de una empresa familiar que ha ido pasando de padres a hijos. La fábrica todavía funciona con con energía hidráulica y, entre otras máquinas, todavía se usa una espectacular hiladora diseñada en el siglo XVIII. En su época, la fábrica de lanas llegó tener 20 personas trabajando en ella.

Actualmente la fábrica dispone de un servicio de visitas guiadas, gestionado por la propia familia Isern y se confeccionan los típicos peúcos, tapabocas y mantas de pastor que pueden comprarse in situ.

Altamente recomendable para ir con niños ya que no supone ningún peligro, la visita no es excesivamente larga y las explicaciones son muy buenas. El precio de las entradas es muy razonable. Para los amantes de la fotografía es un lugar ideal para hacer fotos tanto en el interior como en el exterior.

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Dirección: Pont, s/n

Población: Arsèguel

Código postal: 25722

Comarca: L’Alt UrgellTeléfono: 973 384009

Texto adaptado por @Sylvia Parés

Fotografías @Sylvia Parés